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miércoles, 18 de junio de 2025

Metáfora : La selva densa


Introducción personal 

En casa todo está más o menos en su sitio. Puedo moverme, respirar, pensar. Pero cuando salgo, o simplemente sé que tengo que estar en un lugar con gente, todo cambia. No de golpe, sino como una sensación que va creciendo. Empieza con una tensión en el cuerpo, una duda que se cuela en cada gesto. Y sin darme cuenta, ya estoy ahí: en la selva.

Porque estar en una fiesta, en una tienda, en la calle... no es simplemente estar. Es atravesar una jungla en la que todo se vuelve imprevisible. Donde hablar es como cruzar una zona llena de maleza, donde cada palabra puede hacer ruido o dejarme al descubierto. Donde decidir algo es como elegir una ruta sin saber si lleva a un claro o a un precipicio. Todo se vuelve espeso, confuso. Y aunque los demás solo vean a alguien callada o tensa, yo estoy luchando por no perderme entre las ramas de mi propia ansiedad.

Metáfora


La fobia social es como una selva en la que cada movimiento exige un esfuerzo tremendo. No hay caminos marcados, no hay señales claras. Solo árboles que tapan la luz, sonidos que no sé de dónde vienen, y la sensación constante de estar expuesta a algo que me supera. Cada mirada de alguien es como un crujido entre los matorrales: me sobresalta, me hace pensar que me han descubierto, que estoy haciendo algo mal.

Las palabras se enredan en mi garganta como lianas. Quiero avanzar, decir algo, parecer natural, pero es como si la vegetación se cerrara a mi paso. El cuerpo se tensa, la mente se acelera, y solo quiero desaparecer entre los arbustos, que nadie me vea.

No hay atajos. No hay machete. Solo ese esfuerzo constante por parecer que no pasa nada, por sobrevivir sin que se note el caos que llevo dentro.

Reflexión

No sé si alguna vez saldré de esta selva, o si aprenderé a moverme entre sus ramas con algo menos de miedo. Pero sé que no estoy sola en ella. Que muchas otras personas la atraviesan también, aunque desde fuera parezca que caminan con seguridad. No siempre hace falta una salida; a veces basta con saber que alguien más entiende el idioma de la espesura, y que no hay vergüenza en sentirse perdida entre tanta maleza.